En Bergamo baja la emoción, que nunca falta, ya es perceptible desde la plaza frente a la estación de trenes.

La mirada se desliza por la avenida rectilínea para divisar, enmarcada entre dos propíleos, allá arriba  la incomparable visión de la ciudad en las colinas.

Como encuadrados aparecen una puerta en mάrmol blanco, las murallas y los soberbios palacios  de la antigua ciudad. Después de un corto camino, andando  se llega al Centro Piacentiniano,  un conjunto de construcciones y de espacios a menudo visitado por los urbanistas interesados en la armoniosa disposición de edificios y de plazas, pero especialmente interesados en la genial idea de establecer entre las dos ciudades una conexión en el espacio y en el tiempo. Paseando a lo largo de las calles del centro y alzando los ojos hacia Città Alta,  se queda fascinado delante de las  perspectivas panorámicas, bordeando el teatro Donizetti, los palacios públicos y privados, las Iglesias con sus sorprendentes obras maestras. Además es placentero recorrer los  arrabales, las antiguas rutas que salían de la ciudad. Los edificios,  alineados  sin solución de continuidad,  las tiendas, los talleres tradicionales, las actividades artesanales que quedan, hacen aún respirar la atmósfera del pasado.